EL MARTILLO DE AGUA

EL MARTILLO DE AGUA

Acir Emadus

5/17/20232 min leer

La conmovedora atmósfera subyace a las ondulaciones de la mente inconsciente; que se refleja, distorsionada, en la quietud de la conciencia. Atmósfera recargada de grises intenciones y de frías proposiciones...Ǣ

Las últimas dos décadas del ya vetusto médico Ignacio Andrés Balcan Contreras, se estaban convirtiendo en una de las tantas presas del vertiginoso e inapelable vaivén cuántico. En el cual, el pasado lograba un rol más que protagónico. Un pasado que buscaba reconocimiento, aunque fuera por sólo un instante; con el fin de poder recobrar así su ya extinguida vigencia. Quizás todo ello era una forma de revanchismo del espacio-tiempo.

Durante el transcurso de sus últimos años de vida, Ignacio Balcan iba adoptando discursos o relatos más cercanos a lo abstracto que al empirismo puro o a los incuestionables "metadatos". Cuestión que incomodaba de sobremanera a gran parte de la comunidad científica. Obviamente, distaba mucho de aquella que otrora lo alabara en sus años más productivos. Ahora todo y todos se ceñían al nuevo paradigma metodológico "metaestadístico", que se ufanaba de "deconstruir" las intrincadas maneras de analizar la naturaleza de la cosas. Siendo así, los viejos científicos como el Dr. Balcan, se transformaban en parte de los personajes tipificados como personas con alto contenido en “misticismo” y/o “superstición”. De hecho, a pesar del supuesto reconocimiento científico que sus pares todavía le brindaban, acumulado durante sus deslumbrantes años de estudios de la ciencia aplicada, ya no resultaba novedad que el público presente en sus exposiciones cruzara miradas de escepticismo, sonrisas o gestos de desaprobación; dependiendo de quien o quienes lo señalaran con esa sorna refinada, tan típica de las altas esferas académicas. Sobre todo, cuando el Dr. Balcan emitía comentarios tales como el siguiente:

“Tanto el espacio como el tiempo consistían en fenómenos bio-físicos, que incluso podrían adquirir formas como entes independientes e inmisericordes”.

Sin embargo, aquel público iba decreciendo junto con el ocaso de sus carreras y de la sociedad de la cual había formado parte. El presente resultaba lapidario, ya que el médico era uno de los escasos empleados que continuaban trabajando en el “Laboratorio de Asesorías Científicas” (LAC), ubicado en Santiago de Chile. Institución, fundada en 1990; período plagado de intensos cambios políticos, en el cual el gobierno militar, iniciado en la década de los ´70, entregaba el poder a los diferentes actores políticos de la época. Fue así, que sus primeros pasos en su carrera como científico “se enmarcaba en una época de cándidas ilusiones.” Tal como lo asegurara él mismo en alguna que otra entrevista de salón, durante los escuálidos aniversarios del laboratorio, hacia fines del año 2030.

En sus tiempos de gloria, el LAC fue un referente científico en el ámbito internacional. Posicionando a Chile como un país de grandes proyecciones y de un incalculable potencial tecnológico. Trabajar allí significaba obtener un amplio respaldo curricular para optar por puestos de avanzada y obtener un capital más que holgado, entre otros beneficios. De hecho, en su etapa más bullante, aquella entidad se consideraba un orgullo de la ciencia criolla y el ejemplo más plausible en cuanto a poner al servicio del pueblo chileno los beneficios de la postmodernidad o, mejor dicho, de

“Los avances relegados de una modernidad, que sólo parecía ser tributaria del consumo masivo y de la insatisfacción crónica”.